Escuela para padres
Cuando hablamos de consumo de sustancias nos referimos a la introducción en el organismo de sustancias psicoactivas que producen de algún modo una alteración del natural funcionamiento del sistema nervioso central del individuo y, además, es susceptible de crear dependencia, ya sea psicológica, física o ambas. En la adolescencia es uno de los problemas que más preocupan a padres y docentes ya sea por su gran prevalencia como por los riesgos que ella conlleva. Por este motivo, en esta oportunidad nos abocaremos a puntualizar algunas cuestiones que orientan la preocupación que surge en los padres de hijos adolescentes al respecto.
Hablamos de sustancias psicoactivas en lugar de “drogas”, ya que el término de “droga” suele ser asociado sólo a las sustancias ilegales, mientras que conviene pensar también en aquellas legales, que de hecho son las de mayor consumo y las que mayor daño producen a nivel mundial.
En primer lugar hay que entender que no todo consumo de sustancias es igual, ya que es llevado adelante por personas singulares, en contextos específicos y con motivaciones particulares, con la complejidad que todos estos elementos le aportan al problema. Por lo tanto, no podemos hablar del consumo en general sino de los diferentes consumos en particular. Para realizar un análisis profundo de esta problemática debemos realizarnos algunas preguntas que nos orienten y nos ayuden a entender la especificidad de cada caso en singular, ellas son: qué, cuánto, cuándo, dónde y con quiénes.
¿Qué se consume?: Esta pregunta hace referencia a la sustancia de consumo, no es lo mismo consumir alcohol (de fácil acceso y baja crítica social) que cocaína. Como tampoco es lo mismo consumir pasta base que pastillas de éxtasis. Las condiciones económicas y los precios del mercado condicionan las posibilidades de acceso a las sustancias.
¿Cuánto se consume y de qué forma? Una manera de pensar los consumos es ordenarlos en tres modalidades de consumo: uso, abuso y dependencia.
El uso se refiere al consumo ocasional, experimental o con una frecuencia que supone dosis bajas. Ejemplos de uso son tomar café o mate, o tomar un vaso de vino en la cena. No obstante, un consumo puede volverse problemático incluso si se trata de un uso. Por ejemplo, si alguien tomó sólo un vaso de cerveza pero luego maneja, puede ponerse en peligro a sí mismo o a otros por los efectos en la reducción de reflejos que el alcohol produce. O si una persona fumó marihuana sólo para probar pero no está acostumbrada a ella, puede tener efectos en su cuerpo que lleven a situaciones de malestar o riesgo.
El abuso se refiere a consumos en los que la frecuencia y/o la cantidad son mayores, y ocurren generalmente cuando la persona siente que algunas cuestiones en su vida no pueden funcionar bien sin esa sustancia. Por ejemplo, alguien que necesita de pastillas para dormir todas las noches, o la necesidad de tomar alcohol para poder acercarse a alguien en un boliche, o tomarse un ibuprofeno todos los días para poder seguir rindiendo, o un tranquilizante para poder trabajar.
La dependencia, por su parte, se refiere a aquellas situaciones donde la vida de la persona comienza a girar en torno al consumo de la sustancia y se genera la sensación de no poder vivir sin ella. Cuando la dependencia se consolida, peligran los lazos sociales de la persona (familia, amistades, etc.) así como los espacios en los que transita (trabajo, estudios, entre otros), dejándola cada vez más sola y aislada. Es una situación que depara mucho sufrimiento.
¿Cuándo, dónde y con quién se consume? Estas preguntas hacen referencia al contexto de consumo, son fundamentales para delinear la escena que se compone de cara a una intervención posible. Cada situación implica un sentido, por eso no es lo mismo cuando alguien consume sólo cuando otros lo hacen. Hay consumos que se llaman “recreativos” y que se dan sólo en situaciones ocasionales de ocio, mientras que otros tienen una frecuencia mayor y se vuelven cotidianos. Que un consumo sea recreativo no implica que no pueda volverse problemático: ejemplo de ello son las “previas” o “jodas”, en las que a veces ocurre que se toma hasta llegar a niveles de intoxicación que ponen en riesgo a los adolescentes y a su cuidado integral.
Es muy importante comprender que el consumo de una sustancia siempre tiene un sentido, que será singular según la persona, su situación y su momento de la vida. A veces el consumo de una sustancia se asocia a una actividad, y se hace difícil poder pensar esa actividad sin la sustancia, como por ejemplo el alcohol y el boliche o la diversión en general. En estos casos, se trata de poder disociar la necesidad de ese vínculo sustancia/diversión a través de estrategias educativas que fomenten el pensamiento crítico, así como de ofrecer estrategias de cuidado en caso de que los consumos se den igual. Muchas otras veces sucede que la sustancia y sus efectos, le están brindando a la persona sensaciones que no está pudiendo obtener por otros medios: tranquilidad, seguridad, bienestar, alivio, sensación de poder ser alguien, salir del vacío o de la angustia, etc. Por eso, en lugar de estigmatizar a quien consume, podemos pensar qué lugar está teniendo en su vida esa sustancia y qué estrategias de acompañamiento familiar, terapéutico, educativo, afectivo y social podemos ofrecerle para que la sustancia le sea cada vez menos necesaria.
Los consumos de sustancias no son un problema de jóvenes solamente, sino que se inscriben en un todo social que nos atraviesa, ya que vivimos en una sociedad de consumo, en la cual se nos promete la felicidad y la realización personal a través del consumo de objetos y servicios que están en el mercado. Esos productos del mercado dan la ilusión de felicidad o bienestar, pero son efímeros en su duración, relanzándose el circuito de necesidad de otro consumo. Este es el modo imperante de conseguir un reconocimiento, una realización personal y de procurarse un placer o de evitar un malestar de manera eficaz e inmediata, que se denomina lógica de consumo. Si advertimos cómo funciona esta lógica de consumo, podemos entender por qué no son tan diferentes los consumos de sustancias, de otros consumos que pueden ocupar para una persona el lugar de aliviar un malestar o buscar el placer. Lo cual nos invita a pensar qué otras maneras podemos ofrecer para aquellas situaciones de vida que son difíciles -cómo acompañar, poder hablar y escuchar a quien está sufriendo, saber que se trata de un proceso gradual y no pedir que se resuelva inmediatamente, dar a conocer que se puede contar con otros y que no se está solo, etc.-; así como podemos ofrecer desde diversos espacios y tiempos (nuevos o a crear), otras maneras de estar con otros que deparen satisfacción, realización y bienestar sin que estas experiencias tengan que depender de una sustancia o de un producto del mercado.
Departamento de Orientación Escolar
Nivel Secundario